Allá lejos by Joris-Karl Huysmans

Allá lejos by Joris-Karl Huysmans

autor:Joris-Karl Huysmans [Huysmans, Joris-Karl]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 1891-04-23T00:00:00+00:00


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D

URTAL no sabía cómo matar el tiempo. Despierto desde el alba, pensando en la señora de Chantelouve, no podía estarse quieto e inventó pretextos para agitarse. Carecía de licores extraordinarios, pastelillos y bombones, y no convenía estar tan desprovisto de tales cosas el día de una cita. Por el camino más largo, fue hasta la avenida de la Ópera para comprar esencias finas de toronja y ese alkermes, licor cuyo gusto evoca la idea de una confitería farmacéutica de Oriente.

—Menos que de obsequiar a Jacinta —se dijo—, de lo que se trata es de hacerla probar un elixir ignorado que la asombre.

Regresó cargado de compras, volvió a salir, y en la calle se apoderó de él un fastidio inmenso.

Después de un interminable paseo por los muelles, acabó por ir a parar a una cervecería, cayendo en una banqueta y abriendo un periódico.

¿En qué pensaba mientras iba mirando, sin leerlos, los sucesos del día? En nada, ni siquiera en ella. A fuerza de discurrir en todos sentidos, siempre sobre la misma pista, su espíritu había llegado a paralizarse y permanecía inerte. Durtal se sentía únicamente muy fatigado, amodorrado, como en un baño tibio después de una noche de viaje.

—Es preciso que vuelva temprano a casa —se dijo cuando logró reponerse—, porque seguramente el tío Rateau no habrá hecho la limpieza concienzuda que le he pedido, y no quiero que hoy se note polvo en todos los muebles… Son las seis. ¿Si comiese a la ligera en un sitio de relativa confianza?…

Recordó un restaurant vecino, donde en otro tiempo había comido sin demasiada aprensión, y allí fue. Comió con dificultad un pescado algo viejo, una carne blanda y fría, en cuya salsa pescó lentejas muertas sin duda por un insecticida, y finalmente saboreó unas ciruelas pasas con un jugo que trascendía a moho y era a la vez acuático y tumbal.

De regreso en su casa, encendió lumbre por lo pronto en las chimeneas de la alcoba y del gabinete, y luego inspeccionó las habitaciones.

No se había engañado. El portero había zarandeado los muebles con la misma brutalidad y con la misma prisa que de costumbre. Sin embargo, había tratado de limpiar los cristales de los cuadros, porque las lunas estaban manchadas con huellas de dedos.

Durtal frotó con un trapo mojado estas manchas, deshizo los pliegues de tubo de órgano de las alfombras, corrió las cortinas y sacudió con una rodilla los bibelots, poniéndolos en orden. Por doquiera encontraba ceniza de cigarrillo aplastada, polvo de tabaco, virutas de lápiz, plumas sin pico y comidas de orín. Descubría igualmente cadejos de pelos de gato, borradores rotos, trozos de papel tirados y empujados a escobazos a todos los rincones.

Se preguntaba cómo durante tanto tiempo había podido tolerar estos muebles obscurecidos y grasientos de mugre, y a medida que limpiaba, iba en aumento su indignación contra Rateau.

—¡Y esto! —exclamó al advertir que las bujías se habían puesto amarillas como candelas.

Las renovó.

—Así queda mejor.

Organizó en su mesa un desorden «artístico», colocando al desgaire cuadernos de notas, libros con cortapapeles dentro, y dejó en una silla un viejo infolio abierto.



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